jueves, 18 de diciembre de 2008

Me puse ñoña


¿Comentario? de Museo de la Revolución, de Martín Kohan.

La izquierda prometida

por Agu
Julio 2007

No es novedoso decir que la posibilidad de un mundo socialista se derrumbó junto con el muro de Berlín. El modo de producción y organización socio – cultural capitalista se filtró por cuanto rinconcito encontró (globalización mediante), y la teoría revolucionaria quedó, al parecer, bajo el resguardo de algún que otro sindicato y, sobre todo, de agrupaciones estudiantiles universitarias.

El trotsko, guste o no, ya no es una figura alrededor de la que se discutan y se lleven a cabo políticas de significativa importancia. Y si bien en otros tiempos (y en una coyuntura histórica completamente diferente) la comunidad marxista-trotskista-leninista era un actor político y social relevante, en la actualidad ha perdido confianza y credibilidad.

Sin caer en una nostalgia romántica ni en una melancolía sensiblera, Martín Kohan, en Museo de la revolución (publicado en 2006 por la editorial Mondadori) se atreve a escribir sobre aquello que quiso ser pero se quedó a mitad de camino: el ideal de un mundo socialista. Y para ello, elige estructurar la novela a través de tres historias. Por un lado está la de Marcelo, un agente literario que viaja a México en busca del manuscrito de un desaparecido de los `70, Tesare, quien en sus años de militancia durante la dictadura, además de hacer la revolución, teoriza sobre ella. Y es ahí donde están las dos historias restantes: el mundo privado de Tesare y sus reflexiones.

Museo de la revolución se desarrolla entonces en un constante vaivén que, lejos de provocar una lectura fragmentada, encuentra una unidad en torno al personaje de Norma Rossi, una exiliada argentina que va a entregarle los cuadernos de Tesare a Marcelo. Y si al comienzo del libro el paso de una historia a la otra se articula con simples puntos y aparte, a medida que la novela avanza los saltos son cada vez menores y, asimismo, se van tornando imperceptibles.
Hasta ahí, nada original. Dictadura, revolución, marxismo, exilio: temas tratados hasta al hartazgo. Tras la recuperación de la democracia en los `80, ya mucho se pensó, discutió y escribió sobre la militancia de los `70 y lo que vino después. Y de ahí el riesgo de lidiar una vez más con conceptos tan manoseados tanto por políticos como por intelectuales. Es entonces válido preguntarse qué aporte puede hacer Kohan.
Es cierto que el autor elije un puñado de ideas un tanto (por no decir bastante) cliché, temática que ya exploró en Dos veces junio -novela publicada en 2002, donde intenta mostrar la ideología del Estado dictatorial a través de personajes miembros del aparato militar-. Sin embargo, Museo de la revolución no cae en un discurso adolescente o melancólico, y ahí está la singularidad del libro. Ya no se trata de rescatar una leyenda épica sobre la lucha armada argentina montada sobre la ilusión sustentada en la Unión Soviética. Kohan esquiva las palabras pomposas y los discursos morales y, en cambio, presenta una serie de sólidas reflexiones sobre las ideas políticas de Marx, Lenin y Trotsky (figura alrededor de la que el relato alcanza su clímax). El autor se despega de aquellos que andan vendiendo teorías revolucionarias como espejitos de colores, y en contraste, busca transmitir vibraciones.

Kohan logró que sus palabras no parezcan arcaicas. Su novela no enarbola una bandera setentista ni pretende inyectar una conciencia revolucionaria en un contexto donde no la hay. Incluso, es justamente esto lo que quiere mostrar: el quiebre y cambio de concepción entre la convicción de la militancia durante la dictadura y el apoliticismo de los `90 menemistas (momento en el que se desarrolla el relato). De esta forma, y a través del personaje de Marcelo, el autor admite los riesgos de escribir sobre lo ya tantas veces escrito: “Un texto así, que en cierto modo puede adquirir la apariencia de un museo, con un autor así, que vio caer sobre sí el rigor de un escarmiento irreversible, suscita en los lectores un efecto de parálisis, toda vez que el ejemplo del escarmentado suele paralizar, que refuerce el descreimiento de por sí tan bien cimentado acerca del estado de cosas en el mundo, que confirme lo que por lo demás existe socialmente como certeza; por fin, más aún, que el destino de quienes se abocaron a transformar ese estado de cosas ha sido el peor de los destinos posibles: el fondo del río, la tumba anónima o el bloque de cemento integrado a una construcción que ya nadie desgajará nunca.”

Museo de la revolución trata de entender cómo, para un militante, la vida pública y privada, la teoría y la acción, el individuo y el sistema, eran parte de un mismo todo. Para ello, el autor utiliza el testimonio de Tesare como herramienta de conocimiento. Porque Kohan nació en 1967: su presente ya no concibe una visión de mundo semejante; por el contrario, se tornó inaccesible y obsoleta. Así, en este juego entre literatura y ensayo, ficción y teoría política, la novela se escapa (y con bastante éxito) del lugar común.
Martín Kohan, doctor en Letras, columnista de la revista Inrockuptibles y autor de El informe (1997), Los cautivos (2000), Segundos afuera (2005) y Narrar a San Martín (2005), entre otros, trabaja con los mitos que forman parte del sistema de adhesión nacional. Y es en esta búsqueda donde se enmarca Museo de la revolución, una forma de reconstrucción histórica desde una perspectiva contemporánea, en un presente en el que prevalece la resignación y el desapego político. Kohan escribe desde un contexto y para un contexto, y es ahí donde la fórmula cierra.

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